Luego de expresar un enérgico rechazo al proyecto de creación de la nueva
capital provincial el ex presidente visitó la ciudad en plena construcción y
escribió un artículo, que aquí se reproduce en forma completa, en el que en un
alarde de erudición expresa un drástico cambio de opinión y colma de elogios a
la nueva urbe surgida de un plano.
El Puerto de la Ensenada, al Sur de Buenos Aires y más allá del territorio
que se les asignó a los indios quilmes, trasladados de sus antiguos paraderos,
ha figurado en nuestra historia como punto de desembarco de los ingleses con el
general Whitelock o como estadía de nuestra escuadra durante la guerra del
Brasil, siendo el depósito de los cargamentos de negros que nuestros corsarios
tomaban al enemigo. Llamábase el Camino Blanco la calzada de dos leguas,
mandada construir por Rivadavia, para aproximar por allí los buques de guerra a
recibir cargamento para la ciudad, bloqueada de ordinario por la escuadra
brasileña.
Poco ha cambiado desde entonces aquel bajo desnudo de vegetación, si no es
que en la parte alta se divisa un bosque negro como pintado con tinta y más
lejos un villorrio que quiso llamarse Tolosa, y fue a poco a servir de arrabal,
puerto seco, pues no hay portezuelo alguno que le sirva de portada por el lado
de tierra. Solía el pintor Goya divertirse en arrojar con violencia un puñado
de colores sobre la muralla, y tomar por base aquella informe mancha multicolor
para hacer aparecer mediante las pinceladas del genio un mundo de seres que
estaban como ocultos detrás de aquellas masas de tintes. Algo parecido ha
ocurrido en aquellos lugares, un poco más de un año, haciéndose de aquellos
ciénagos, de aquellos bosques y de aquella aldea una ciudad como Búfalo, un
puerto como el Puerto de Said en el istmo de Suez, pues ambos son el extremo de
grandes canales navegables, y parques, alamedas y jardines botánicos, como las
ciudades norteamericanas que tienen algunos años, sin ser muchos de existencia.
LA CIUDAD Y SU PLAN
Hablábamos de Buenos Aires. ¡No había visto La Plata! Ahí está el porvenir,
tal como lo entiende un pueblo que fue virrey y tuvo que buscar a su actividad
un asilo. Cuando hemos visitado La Plata, por la tercera vez, dos ideas nos han
salido al encuentro como a darnos la bienvenida. La primera se refiere al plan
de la ciudad, y es que la educación del pueblo argentino ha hecho progresos
inmensos en estos treinta años que van desde la caída de Rosas. Los pueblos se
aferran a su modo de ser y a sus antecedentes. Toda la América española está
inmóvil en sus formas antiguas, con una que otra adopción y adaptación moderna,
son súbditos y vasallos, como compadritos que para andar aseados se mudan
cuellos de camisa todos los días.
Hace diez años nos afeitábamos cada dos días; veinte, a que jueves y
domingo: y al principio de la revolución, tío Pedro, el barbero del convento de
San Agustín, rasuraba a los ricos homes del barrio. Recuerdo lo que era Buenos
Aires en 1852, cuando teníamos a gala la calle del Empedrado, para mostrar al
extranjero, y que se vendían duraznos de Quilmes a granel en carretas, y la
mazamorra traqueada al trotar del caballo y anunciada por el conocido lechero
que la proveía. Equipos militares, gorro de manga y chiripá; traje de
ciudadano, el chaleco colorado del lacayo, y la cinta con el mueran y el vivan
y el retrato. ¡Ah! Esa generación nos mata ahora en sus hijos, que traen las
cualidades heredadas del cerebro atrofiado. Hemos tenido un sueño, una ilusión
durante treinta años, de que íbamos a ser libres y que en la desgracia habíamos
aprendido algo. ¡Ilusión! Cuando crecieron los niñitos de entonces, cuando
entraron a la vida pública, o ejerciendo el poder, los unos se buscaron un
caudillo que les diera nombre de liberales; los otros desde el ejército,
pidiendo como en España la vuelta de Fernando VII, con simulacro de
Constitución, abajo los afrancesados, ¡viva el Rey absoluto! Y en ese estamos,
en criar el ¡Héroe del Desierto! ¡Oh!, la República Argentina no puede vivir
sin Héroe del Desierto. Necesita el pueblo su muñeco horrible, pero eso es lo
que lo divierte como a nuestros padres los españoles, los toros y los caballos
destripados.
Volvamos a La Plata. ¿Se ha embriagado con opio alguno? ¡Pues yo si, que
todo lo he probado! Una sensación deliciosa de bienestar, en medio de una iluminación
espléndida que no viene del sol pues no tienen sombra los cuerpos; sin duda que
se dilata el espíritu, puesto que las calles angostas, tortuosas, los edificios
de azotea, las calles pantanosas no proceden sino de la limitación de los
tamaños, de la conciencia, en el sentido común. El teriaky ve ciudades con
monumentos de una cuadra de alto como las pirámides de Egipto, y puentes
gigantescos, como el de Brooklyn ahora construido por un teriaky. Y bien,
cuando me he paseado por las calles ya bulliciosas de La Plata, me he
persuadido, no que yo haya bebido opio ese día pues no hice disparate ninguno,
sino que todo allí, gobierno, pueblo, ingenieros, hacían la mañana con opio, y
hacen todo desmesurado, colosal, como para un pueblo de gigantes. Comprendo al
ver aquellos edificios en construcción, aquellas casas ya habitadas, que les
están quitando los andamios como los hilvanes al vestido que estrenamos, la
sorpresa de Dickens al desembarcar en Nueva York y ver niños jugando ya en la
calle y aun algún chicuelo mamando prendido al seno de la madre. ¡Imposible!
decía, que hayan nacido aquí, si no ha habido tiempo, tan lustrosas están las
cerraduras, tan de fresco pintadas las puertas, tan sin acabar de rematarse los
edificios; están en la vereda los cajones vacíos de los muebles recién armados.
La Plata ofrece este mismo espectáculo. Las minas de oro o de plata están
presentando iguales, en lugares donde un año antes sólo cazadores habían
penetrado en los Estados Unidos. Encuentran un filón del metal que excita el
hambre, y en la noche los aventureros se han arreglado de modo que amanezca
ardiendo el fuego en los hoteles; hay casas de remate, un metodista predica
parado sobre el tronco de un árbol, hay posta y se están clavando los postes
del telégrafo a la más próxima ciudad, a donde se piden casas hechas, y una
iglesia que debe armarse para el domingo siguiente. En La Plata vamos a tener
catedral que deje atrás a la marmórea de Nueva York, construida (ocho millones)
con oblaciones públicas, y una partida que daba la municipalidad, (el ring) de
ladrones en cambio de los votos de los irlandeses. (No se enoje Mr. Mullhall
que aquí los irlandeses no votan, porque son de Inglaterra.) “Para la patria y
no para Portugal", como se enseñaba a los loritos en tiempo de la princesa
Carlota. ¡Qué majestad la de los edificios públicos de La Plata! Este es su
defecto, y acaso la herencia que traemos de nuestros antepasados, como
aspiración; pero lo que nos muestra los progresos que la educación pública ha
hecho en tan corto tiempo es que en todo se ha realizado cuanto se concibe de
más acabado y reciente en la economía de las ciudades: luz eléctrica, calles
anchas, boulevares, avenidas, diagonales, adoquinados, veredas de cuatro a diez
varas; bosques que parecen seculares por lo sombríos, dan solaz, sombra y
recreo a las puertas de la ciudad encantada; como monumentos, palacios para el
Museo antropológico que ya es uno de los primeros del mundo, enriquecido con
doscientas muestras de las razas americanas.
Siéntese el visitante de Buenos Aires en el mundo que ha soñado, porque La
Plata es el pensamiento argentino, tal como viene formándose e ilustrándose
hace tiempo, sin que nadie se dé cuenta de ello. ¿De dónde sale el Lord Mayor
con sus boulevares y sus amplias plazas? De Montevideo que inicia el movimiento
sin ser el móvil de Chivilcoy, de Mendoza, de Palermo, de la prensa, de los
viajes, y de la construcción de los tipos ideales, que se vienen formando y
quebrando los moldes antiguos que nada de elásticos tienen la calle de la ley
de Indias, en dameros, el cabildo y la cárcel en la plaza de armas, los
conventos de Santo Domingo y de San Francisco, la Merced, las Catalinas, etc.,
a una cuadra de distancia en todos los rumbos. Ahora la Escuela Superior y
cuantas se puedan, destacadas como centinelas avanzadas para dar el ¡quién
vive! a la barbarie; y la estación del ferrocarril, y el parque, etcétera. Pero
sucédenos en Buenos Aires lo que a la Inglaterra, que avanzando en su
construcción política y asegurándose instituciones ha tenido que describir
rodeos en torno de las más añejas que ya ocupaban el suelo, la dinastía real,
reputada propietaria del suelo por la conquista, la nobleza, el sistema feudal,
etc.
El habeas corpus ha crecido, no obstante tantas malas yerbas, la reyecía ha
aceptado no gobernar, en cambio; y el Parlamento ha dado prodigios de la
libertad humana difundida sobre la tierra sin conquistarla. ¿Qué va a hacer
nuestro Lord Mayor, con esta sociedad envejecida en sus cimientos, como
raigones de muelas, con sus cimientos, ignoran que deben ser como ciertos
escenarios de teatro de tres pisos, debajo los subterráneos, los calabozos, el
infierno, cuando queramos verlo en todo su horror de llamas azules y demonios
cornudos, sobre la escena del mundo visible, y más arriba, entre nubes, la
gloria formada de gasas, bambalinas y angelorum colgados de garfios? Buenos
Aires continuará siendo lo que es hoy con sus calles tubulares, un suplicio
para los transeúntes, y no ha de sorprenderme ver reaparecer la mazorca. Pero
denle espacio al espíritu moderno argentino, y os trazará como sobre el papel
del ingeniero la ciudad futura, que está en todas las cabezas y aparecerá una
Megalópolis, la ciudad magna bajo el plan que todos sabemos. Voyons!
Un puerto excavado a máquina, flanqueado de docks y como lo construye un
holandés de nota; es claro que si la Holanda contiene el mar que amenaza
tragársela siempre, nosotros podemos traer a nuestros pies al Río de la Plata,
y mandarle que nos trague en los canales de dos leguas que habrá de recorrer
hasta la gran Portada del Parque, donde sus mansas aguas aguardarán sumisas que
se reciba la carga de sus importadas mercaderías, que los retornos, esos van
por vías separadas de las estaciones, que ya luchan en magnitud con las de
Liverpool, a los ascensores y graneros de Chicago para reunir por siete
ferrocarriles y por millones los quintales de lino, trigo, lanas, cueros y lo
demás que se dirige a su embarcadero. Como se están demoliendo rocas por leguas
en Nueva York para procurarse agua y en Panamá y la Puerta infernal para dar
paso a las naves, esta obra de La Plata es un juego de niños, como aquellas
torres y pirámides que hacemos de arena sirviendo el pie de molde para los
abovedados techos.
LO IMPOSIBLE HECHO REALIDAD
Los monumentos de La Plata están ya poblando y accidentando el horizonte, habitados unos, rematándose otros; pero de su conjunto, de las calles que disimulan su correcto empedrado bajo una capa de conchilla (¡que Dios haya la vista de los transeúntes!) de sus estaciones que repiten en doscientos metros de largo aunque en dos filas el Louvre de París, y de las líneas de palmeras de las calles y plazas, y del bosque sombrío que media entre el puerto y la ciudad, se produce una sensación única hoy en la tierra, sin la grandeza de los tamaños y de las distancias, con los detalles de los edificios públicos y privados entre los cuales no se encontraría una muralla vieja, un techo desvencijado, nada que no haya nacido ayer bajo plan y dirección.
Los palacios de los reyes suelen estar empujando las chozas miserables, y
los grandes progresos realizados sólo sirven para mostrar las enormes
deficiencias. Como si allegáramos la luz a rincones oscuros, húmedos y
hediondos, donde se cobijan inmundas alimañas. Es hoy opinión recibida que el
Egipto, con su pasmosa civilización, anterior a toda cultura humana, es sin
embargo colonia de algún otro pueblo desconocido, prehistórico; porque la
Pirámide más perfecta, más alta, más matemática es la primera que se ha
ejecutado, siendo las otras casi degeneración de aquella. Sucedería lo mismo
con La Plata si hubiéramos de contemplarla un siglo después. Todo en ella por
sus perfecciones, sus formas, su necesidad, acusaría un pueblo anterior que
vino al Río de la Plata, tomó tierra en la Ensenada internándose, fundó a
Pérgamo como los troyanos al paso, o como Eneas la Roma, para poder verla en el
Poliorama del Retiro. Aquello será también una vista de Poliorama.
¿Cuántos habitantes cuenta La Plata? La estadística da veintisiete mil.
Antes de que se imprima habrá treinta mil ¡Imposible! Todo lo que sucede aquí
es imposible; pero así resulta del censo que se está levantando. Diga lo que
quiera el censo, el Presidente, oído el informe de su bibliotecario, no ejecutó
la ley del Congreso que mandaba crear un colegio nacional en La Plata, como en
toda ciudad que se reputa, por no haber como mil habitantes, y no tenemos
colegio nacional que tiene Jujuy con tres a cuatro mil habitantes y Rioja con
cinco mil, San Luis cinco mil si los tiene; pero como es imposible que un
Ejecutivo no ejecute una ley, cuando su oficio es ejecutar aun contra informe
de bibliotecario, es imposible también que Jujuy tenga tres o cuatro mil
habitantes y tenga Colegio, sin que se halla puesto veto al ítem del
presupuesto.
¡Doblemos la hoja! La Plata está dominada de un espíritu hostil, que impide
que el Presidente venga y vea por sus propios ojos. El bibliotecario consultó
naturalmente el censo de 1869 y encontró Ensenada con 575 habitantes y dándole
de barato Tolosa, y lo que habrá andado desde entonces, el bibliotecario
cumplió con un deber estricto de bibliotecario, que cita el texto y la página
de un libro a su custodia y no va a visitar aldeas en construcción, lo que no
entra en sus funciones. El Presidente no necesita saber geografía instantánea,
a la minute como dicen los franceses, o la minuta como dicen los fabricantes de
tarjetas o de reputaciones oficiales. Me despido de La Plata revivido,
reconfortado, pues antes de ver lo que somos, y poder conjeturar lo que seremos
cuando se acaben de derrochar las tierras públicas, ya que no podemos
derrocarlas, dudaba de la fuerza vegetativa y de los progresos morales y
sociales que hacemos, para salir del modelo colonial que en La Plata ha sido
dejado, para inventar habitantes con moradas modernas.
* El periódico El Debate publicó el 11 de noviembre de 1885 este texto de
Sarmiento titulado “La Plata”.
0221.com.ar / Begum