La fundación de La Plata coronó una larga evolución que dio inicio en 1820 cuando, por primera vez y como consecuencia de años de desencuentros, las provincias del litoral se impusieron sobre Buenos Aires, provocando la caída del Directorio y la consecuente disolución del poder central.
Hasta entonces, casi naturalmente, las autoridades nacionales nacidas de la
Revolución de Mayo residieron en la ciudad de Buenos Aires.
Sin embargo, luego de producidos los hechos mencionados, surgió, el 17 de
febrero de 1820, la provincia de Buenos Aires. Desde entonces el
“provincianismo porteño” defendió con firmeza sus derechos posesorios sobre la
mayor ciudad argentina, no sólo por prestigio y derecho territorial natural,
sino también por los beneficios políticos y económicos que reportaba el manejo
de la aduana, a través de la que se realizaba casi exclusivamente el comercio
internacional.
a Plata en ciernes, en noviembre de 1882. Cuando aún estaba todo por hacer
Así nació el proceso que llevó en 1880 a convertir a Buenos Aires en
capital de la Nación y su consecuencia directa: la fundación de La Plata, la
nueva capital de la provincia de Buenos Aires.
LA PRIMERA CAPITALIZACIÓN DE BUENOS AIRES
En rigor, el tema de la capital de la República fue tratado inicialmente en
forma orgánica en el marco del Congreso General Constituyente, en la ciudad de
Buenos Aires, el 16 de diciembre de 1824. Allí se convocó, por primera vez, a
los representantes de las Provincias Unidas del Río de la Plata. El cónclave
buscaba encauzar las aspiraciones de unión y era consecuencia directa de la
obra y acción del grupo político liderado por Bernardino Rivadavia y, a su vez,
de los gobiernos provinciales que enviaron sus representantes.
El Congreso, que alcanzó la mayor representación del antiguo territorio del
virreinato del Río de la Plata, se desarrolló ante la situación de guerra que
se vivía por entonces con el Brasil, usurpador de la Banda Oriental, frente a
lo que los congresales creyeron oportuno crear la primera magistratura y elegir
un Presidente a fin fortalecer y concentrar el poder.
Así, tras ser electo, Rivadavia tomaba posesión de su cargo el 8 de febrero de 1826. Al día siguiente el flamante funcionario elevó al Congreso un proyecto de ley por el que declaró Capital del Estado a la ciudad de Buenos Aires con todo el territorio comprendido entre el puerto de Tigre y el de la Ensenada, y entre el Río de la Plata y el río Reconquista, y desde éste tirando una línea paralela al Río de la Plata hasta dar con el río Santiago, quedando dicha zona bajo jurisdicción del Gobierno Nacional.
Todo se precipitó rápidamente. El 7 de marzo de 1826, luego de que el
Congreso convirtiera en ley la medida, el presidente decretó el cese de los
poderes ejecutivo y legislativo provinciales. Los grandes intereses heridos
generaron una reacción que habría de provocar la caída de Rivadavia y del
Congreso y la posterior disolución del régimen nacional
Resurgía de ese modo la provincia, con gran vigor. Pero durante el largo
período dentro del cual se desenvolvieron los dos gobiernos de Juan Manuel de
Rosas en la provincia de Buenos Aires (1829-1832 y 1835-1852), no se volvió a
plantear la cuestión nacional de la capital de la República. En efecto, el país
convertido de hecho en Confederación y bajo la indiscutida tutela porteña y su
gobernador, vio frustrados todos sus intentos de sancionar la Constitución
donde se pensaba incorporar la solución de aquel problema.
DESPUÉS DE CASEROS
La caída de Rosas como consecuencia de su derrota ante Justo José de
Urquiza en la batalla de Caseros, el 3 de febrero de 1852, inició el proceso
que llevó a la convocatoria de un Congreso Constituyente. Sin embargo, habrían
de producirse una serie de desencuentros que culminaron el 11 de septiembre de
ese año con una revolución en Buenos Aires que produjo la separación de dicha
provincia del resto del país, que sólo se lograría revertir nueve años más
tarde.
Reunido en Santa Fe, el Congreso Constituyente sancionó en 1853 la
Constitución Nacional la cual establecía en su artículo tercero que la Capital
de la Nación era la ciudad de Buenos Aires. No obstante, debido a la secesión
de la provincia, las autoridades residieron en la ciudad de Paraná.
El 23 de octubre de 1859, en la batalla de Cepeda, el Ejército de la
Confederación Argentina venció a las fuerzas del Estado de Buenos Aires.
Consecuencia de ello fue la firma del pacto de San José de Flores del 11 de
noviembre de aquel año, que establecía la forma en que Buenos Aires se iba a
reintegrar al país. Entre diversos asuntos, se estableció el llamado a reformar
la Constitución de 1853; que se concretó en 1860 introduciendo un cambio en el
artículo 3º.
Allí se estableció, entonces, el punto donde había de establecerse la
capital.
FEDERALIZACIÓN DE BUENOS AIRES
La paz duró poco y llevó a la batalla de Pavón en 1861, donde se impuso
Buenos Aires. En los meses siguientes a la contienda y ante el retiro de
Urquiza, el triunfante general Bartolomé Mitre desplegó sus tropas al interior
provocando primero la renuncia del presidente Santiago Derqui y luego la
disolución de la propia Confederación. Simultáneamente, el Ejército porteño
"cambiaba las situaciones" provinciales, colocando en los gobiernos
gente adicta a la causa liberal. Así, nuevamente el país quedaba disuelto, pero
a diferencia de otras oportunidades, permanecía en plena vigencia el lazo legal
que unía a las provincias.
En efecto, Mitre sostuvo, pese a las opiniones adversas de las figuras más
influyentes de la política bonaerense, la vigencia de la Constitución, en
nombre y defensa de la que se habían lanzado contra el poder nacional. A partir
del decreto del general Pedernera, en ejercicio del ejecutivo nacional, las
provincias facultaron a Mitre para asumir provisoriamente al frente del Poder
Ejecutivo Nacional.
El 11 de marzo la Legislatura bonaerense autorizó al gobernador para
aceptar y ejercer los poderes que las provincias le habían delegado para
convocar e instalar el Congreso Nacional. El 12 de abril, en tanto, se
establecía que "la autoridad delegada por los pueblos se ejercerá bajo de
denominación de Gobernador de Buenos Aires, encargado del Poder Ejecutivo
Nacional".
En ejercicio del Ejecutivo nacional, Mitre envió el 7 de junio al Senado de
la Nación un mensaje solicitando la ley de Capital de la República. Fue
entonces que el 20 de agosto el Congreso votó la ley que federalizaba todo el
territorio de la provincia de Buenos Aires. Pasada a revisión de la Legislatura
provincial fue acompañada por un mensaje dirigido por Mitre en el que decía que
la había apoyado "como una cosa seria que tenía en vista hacer efectiva la
nacionalidad argentina sobre la base de la provincia de Buenos Aires".
Este proyecto provocó la ruptura del hasta entonces pétreo partido liberal;
como consecuencia, el sector liderado por Adolfo Alsina tomó el nombre de
Autonomista, mientras que el quedó bajo la dirección de Mitre adoptó la
denominación de Nacionalista.
Sin embargo, la Comisión de Negocios Constitucionales del Senado provincial
aconsejó no aceptar la ley condicional del 20 de agosto. Félix Frías, miembro
informante, pronunció un extraordinario discurso en respuesta al ministro de
Gobierno, don Eduardo Costa. Defendió la integridad de la provincia y dijo:
"Un pueblo que abdica su soberanía
deja de ser un pueblo". El 4 de septiembre se votó el dictamen y fue
aprobado por 14 votos contra 10, quedando por lo tanto rechazada la ley
nacional que federalizaba Buenos Aires.
Mitre buscó entonces otra solución. El 19 de septiembre se dirigió a la
Asamblea Legislativa provincial invitando a "manifestar su parecer sobre
cualquiera otra combinación que haga posible la organización nacional".
El presidente del Senado contestó diciendo que la provincia hubiese preferido
la coexistencia de las autoridades o que la Capital Federal se hubiere
instalado en San Fernando o en otro punto de la provincia.
Y proponía como bases para una nueva ley las siguientes cláusulas:
1º Declarar a la ciudad de Buenos Aires residencia de las autoridades
nacionales, hasta que el Congreso dictase una ley de capital permanente; 2º las
autoridades provinciales podían seguir residiendo en Buenos Aires; 3º, la
ciudad de Buenos Aires tendría representación en la Legislatura provincial; 4º
todos los establecimientos e instituciones provinciales seguirían gobernados
por las leyes provinciales; 5º la ley sería revisada a los cinco años por el
Congreso de la Nación y la Legislatura provincial.
Esto fue sancionado por Buenos Aires el 25 de septiembre y el Congreso
Nacional dictó el 1º de octubre la ley, declarando a Buenos Aires, por cinco
años, asiento de las autoridades nacionales. La legislatura provincial la
aceptó y luego Mitre la promulgó.
Una vez más, se dejaba para un futuro incierto la cuestión de la capital.
UN PROBLEMA SIN SOLUCIÓN
Dicha ley terminaba el 7 de octubre de 1867 y las autoridades provinciales
no estaban dispuestas a consentir su prórroga, por lo que el Ministro del
Interior Guillermo Rawson comunicó que el Gobierno Nacional había dispuesto
devolver a la provincia de Buenos Aires la jurisdicción que le acordaba la ley
de 1862; informaba, además, que el Poder Ejecutivo había resuelto fijar la
residencia del gobierno nacional en la ciudad de Buenos Aires, basándose en el
derecho de simple residencia que los poderes públicos nacionales tenían en
cualquier punto del territorio argentino. A su vez, se interpretó el silencio
del Congreso como un consentimiento implícito de la continuación del estado de
cosas, en cuanto no se relacionaba con los derechos de un tercero.
Durante seis años consecutivos, de 1868 a 1873, el doctor Joaquín Granel
presentó y sostuvo el proyecto de federalizar la ciudad de Rosario de Santa Fe.
También Nicasio Oroño, tanto como diputado primero y luego Senador, insistía,
como en su momento Valentín Alsina, en la necesidad imprescindible de dictar la
ley de Capital permanente. Lo cierto es que los proyectos de capitalizar
Rosario como otros puntos, fueron sistemáticamente rechazados por diversos
motivos.
Las observaciones del Ejecutivo a esas leyes se fundaban principalmente en
su inoportunidad: dado el próximo cambio de Presidente en la primera; la
segunda, por estar aún el país en guerra con Paraguay; la tercera, por razones
de carácter puramente administrativo en su mayor parte y por las dificultades
del traslado e instalación en una ciudad nueva a formarse en Villa María,
Córdoba; y la última, también por estar cercano el término de la Presidencia.
Lo cierto es que, una vez más el asunto fue nuevamente diferido.
HACIA LA REVOLUCIÓN DE 1880
Hay que retornar el hilo de los hechos políticos para comprender los que
habrían de producirse a fines de la década de 1870. Con el triunfo de Buenos
Aires sobre la Confederación, se inició la época de preponderancia del
liberalismo porteño, enmarcado entre 1861 y 1874 pero con marcadas diferencias
en los períodos presidenciales de Mitre y Sarmiento. En efecto, deben
distinguirse claramente esas etapas.
La primera, durante la gestión presidencial de Mitre, donde el partido
nacionalista se impuso en todas las provincias del interior, excepto Entre
Ríos, donde el general Urquiza, arreglo mediante con el entonces gobernador
porteño, continuó gobernando. Esta época estuo signada por la lucha de un
federalismo masivo, desbordante y popular, que intentó reconquistar las
posiciones perdidas. La guerra de los gobiernos contra los pueblos, al decir de
Sommariva, concluiría en enero de 1868 con el triunfo del gobierno y sin apoyo
del general Urquiza a la causa federal,la cual terminó con aquel federalismo
para dejar el camino expedito a nuevas formas de manifestarse por parte del
interior.
En tanto, en Buenos Aires se producía -ante el intento de Mitre de
federalizar la ciudad capital de la provincia- la mencionada ruptura del
partido liberal, recogiendo los autonomistas disgregados del viejo tronco, y
dentro de la misma línea política, las antiguas banderas federales.
No debe extrañar entonces que viejas figuras del federalismo porteño se
reincorporaran a la política provincial a través de su participación en el partido
autonomista, entre otros Bernardo de Irigoyen y Diego de Alvear.
La muerte de Urquiza significó la desaparición del Partido Federal
histórico que, pese a todos los avatares, se había mantenido unido cerca de su
persona
UN NUEVO MAPA POLÍTICO
La renovación presidencial de 1868 dio cuenta de los cambios en el mapa
político. Si bien aún existía la supremacía liberal, la influencia del mitrismo
(nacionalismo) en el interior había decaído ostensiblemente. La provincia de
Buenos Aires quedó a partir de 1866 en manos del autonomismo, no pudiendo el
sector alineado con Mitre vencer desde esa fecha en ningún comicio, excepto la
de electores de presidente de abril de 1874. La elección presidencial de 1868,
en rigor, fue la piedra angular sobre la que se logró alcanzar la estabilidad
política del país, según expresión de Del Carril. Era la cuarta elección desde
la sanción de la Constitución y la más reñida, con la participación del
resurgido partido federal que llevó la candidatura del propio Urquiza.
A pesar de la derrota electoral del Partido Federal, comenzó a formarse una
nueva fuerza basada fundamentalmente en los viejos grupos políticos que se
disputaron por años el manejo de los gobiernos provinciales. Este movimiento se
vio detenido pero no frustrado por el contraste sufrido, y pudo en su momento
superar la desaparición de Urquiza. La situación pudo controlarse rápidamente
porque con mucha anticipación comenzó a tratarse el tema de la sucesión
presidencial, que habría de ocurrir en 1874. La muerte de Urquiza significó la
desaparición del Partido Federal histórico que, pese a todos los avatares, se
había mantenido unido cerca de su persona.
De hecho, las fuerzas que lo habían configurado necesitaban reorganizarse a
efectos de lograr participar en la política nacional. Se planteó, entonces, una
cuestión que habría de ser fundamental: ¿se enrolarían alrededor de una de las
figuras nacionales con base en Buenos Aires o tratarían de formar una nueva
fuerza política capaz de imponer sus pretensiones a la enorme concentración de
poderes existentes en aquella?
Desde 1869, se había lanzado el nombre de Nicolás Avellaneda, entonces
Ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública, como posible candidato a la
presidencia. En oportunidad de la inauguración de la Exposición de Córdoba, en
octubre de 1871, se produjo una reunión entre éste y varios gobernadores del
interior. De aquel encuentro surgió el compromiso de los líderes provinciales
de sostener su candidatura y crear una fuerza nacional que uniera sus trabajos a
efectos de lograr la victoria electoral en la próxima renovación presidencial.
He aquí el origen del que más adelante tomó el nombre de Partido Nacional,
dado por el propio Avellaneda en su manifiesto del 18 de marzo de 1874 luego de
obtener el apoyo de Adolfo Alsina.
Comenzaba a surgir un movimiento político de tendencia liberal dispuesto a
ubicar los intereses provinciales del interior por sobre los de la gran
provincia portuaria
BUENOS AIRES Y EL INTERIOR
Simultáneamente a la gestión de la candidatura Avellaneda, las agrupaciones
políticas del interior se fueron aglutinando por atracción propia y por rechazo
a los tradicionales partidos porteños, especialmente el mitrismo. Sectores que
habían apoyado a Sarmiento en el interior, federales históricos que habían
respondido a Urquiza, comenzaron a unirse y presentaron, a partir de la
presidencia de Sarmiento, un frente común que les posibilitó, en poco tiempo,
tomar el control de provincias como Córdoba, San Luis, La Rioja, Catamarca,
Salta, Jujuy y Mendoza, antes en manos del nacionalismo liderado por Mitre.
Comenzaba, así, a surgir un movimiento político de tendencia liberal
dispuesto a ubicar los intereses provinciales del interior por sobre los de la
gran provincia portuaria. Pero también era evidente que les faltaba el apoyo de
algún sector porteño sin el cual, se pensaba, era muy difícil gobernar. Por
esos días el autonomismo estaba embarcado en llevar adelante la candidatura de
su jefe, el doctor Adolfo Alsina. A pesar de ello, un hálito de esperanza existía,
ya que los autonomistas, tanto como los nacionalistas, tenían limitadas
vinculaciones con el interior.
Avellaneda contaba con la mayoría de las provincias, y aunque tenía en
Buenos Aires cierto prestigio en un sector de la juventud y sumaba amigos de
importante posición, no disponía de elementos suficientes para constituir una fuerza de regular
importancia; todo dependía, entonces, de las uniones políticas que pudieran
realizarse a medida que avanzara el proceso electoral.
Así las cosas, los tres clubs autonomistas de Buenos Aires -Comité
Electoral, Comité Electoral de la Provincia de Buenos Aires y Comité Electoral
Argentino- invitaron para proclamar a Alsina como postulante a la presidencia
de la Nación.
Desde la llegada de Avellaneda a la presidencia, se puede afirmar que las
oligarquías del interior pasaron a comandar la política nacional, aunque la posición
y peso de Buenos Aires siguió siendo de suma importancia
El 1° de febrero de 1874 se
realizaron elecciones de diputados nacionales en todo el país, sólo dos meses
antes de la elección de los electores del presidente. En Buenos Aires venció el
autonomismo, pero en el interior, los partidarios de Avellaneda triunfaron en
diez provincias. Esto desbarrancó la candidatura de Alsina, quién admitió que
una fórmula presidencial entre ambos partidos podía ser la base de la
conciliación de las dos entidades geográfica-económicas en pugna, y sin abdicar
del programa republicano federal, renunció a su candidatura y se plegó a la de
Avellaneda.
Es innegable que Alsina no renunciaba a su programa, pero si lo hacía desde
el punto de vista nacional, al reducir a su partido a una simple entidad
provincial, a pesar de su incorporación a un partido que abarcaba todas las
provincias. Es probable también que buscara garantías para su provincia y no
quedar personalmente descolocado en la política nacional. Por otro lado, consiguió
de esta forma poner a un hombre de su confianza, Mariano Acosta, entonces
gobernador de Buenos Aires, como candidato a ocupar la vicepresidencia de la
Nación.
LA IRRUPCIÓN DE SARMIENTO
El 12 de abril de 1874, la fórmula Avellaneda-Acosta triunfó en once
provincias, pero cayó derrotada en Buenos Aires. Desde la llegada de Avellaneda
a la presidencia, se puede afirmar que las oligarquías del interior pasaron a
comandar la política nacional, aunque la posición y peso de Buenos Aires siguió
siendo de suma importancia, y el prestigio de sus figuras se mantuvo intacto,
de forma tal que éstas -caso Alsina- podían tener fundadas esperanzas de
convertirse en candidatos presidenciales.
Fue así que en 1877 se produjo un hecho político de gran importancia por
sus consecuencias ulteriores. Los primeros años de la presidencia de Avellaneda
fueron, especialmente en Buenos Aires, de gran tensión política. El
nacionalismo, derrotado en su intento revolucionario de 1874, continuaba siendo
fuerte y se mantenía en una abstención política rayana a la revolución. Para
concluir con esta situación, los políticos comenzaron a buscar un acercamiento
entre el autonomismo que apoyaba al presidente y el nacionalismo.
Domingo F. Sarmiento
El 4 de mayo de aquel año se realizó una entrevista entre Avellaneda y
Mitre, iniciándose el proceso de la conciliación. Esto provocó una ruptura
dentro del autonomismo, ya que el sector moderado aceptó esa política pero el
elemento joven, liderado por el ex presidente y estadista Domingo F. Sarmiento,
se opuso y formó un nuevo partido. El propio Sarmiento, refiriéndose a la
conciliación, había expresado: "Las ideas no se concilian; las
conciliaciones alrededor del poder público no tienen más resultado que suprimir
la voluntad del pueblo para sustituirla por la voluntad de los que
mandan".
Los hechos se encargaron de abonar la sentencia del estadista y pensador.
La vida de la conciliación, como no podía ser de otra forma, fue efímera.
La muerte de Adolfo Alsina, en diciembre de 1877, influyó decididamente en el
proceso político que abarcó los años de 1878 a 1880. Los políticos de jerarquía
provincial y nacional, que no habían soñado en la posibilidad de llegar a la
presidencia de la nación, al menos en el período 1880-1886, ya que se consideraba a Alsina
como candidato indiscutido, salieron a la palestra. Los dos más destacados y
aparentemente en igualdad de condiciones eran el general Julio Argentino Roca,
Ministro de Guerra desde enero de 1878, y el doctor Carlos Tejedor, electo,
conciliación mediante, gobernador de la provincia de Buenos Aires y convertido
por el momento en jefe del Partido Autonomista. Dicho partido inició en abril
de 1878 su reorganización y la formación de un partido de carácter nacional
sobre la base de una alianza con los partidos provinciales que habían apoyado a
Avellaneda, con el nombre de Partido Nacional.
Surgió así el Partido Autonomista Nacional, que sucedió y nacionalizó a la
agrupación fundada por Alsina, siendo la mayor parte de sus componentes
adversarios de la conciliación con el mitrismo. A su vez, los autonomistas
creían haber comprendido que la única forma de terminar con la antinomia Buenos
Aires-interior consistía, ante todo, en consolidar la nación, y la forma de
lograrlo era dando un cierto número de miras comunes a todos los partidos
federalistas del interior, evitando, a su vez, que éstos actuaran en defensa de
su autonomía como fuerzas disolventes. Sin embargo, el tiempo mostró que éste
intento, bajo la cobertura de sanas intenciones, sólo sirvió para acentuar aún
más el predominio de Buenos Aires sobre el resto del país.
A poco de constituido el nuevo partido se suscitó una seria disidencia
interna. El general Martín de Gainza, descontento de la orientación dada en el
sentido de apoyar a Roca para presidente de la República, procedió a
reorganizar el sector acuerdista del autonomismo, a fin de hacer nuevamente
efectiva la conciliación y sostener a Tejedor como futuro presidente.
Se produjo entonces una especial reorganización de las fuerzas políticas.
Los autonomistas, surgidos en 1862 para oponerse a los planes de Mitre,
dirigidos hacia la federalización de Buenos Aires, se unieron al partido que
sostenía para la presidencia al hombre que quería convertir aquella ciudad en
capital de la República. El mitrismo, a su vez, marchó junto a Tejedor, quién
permanecía encerrado en su feroz porteñismo e incluso estaba dispuesto a llegar
a las armas para evitar que la ciudad de Buenos Aires pasara a manos de la
Nación.
Surgió así el Partido Autonomista Nacional, que sucedió y nacionalizó a la
agrupación fundada por Alsina, siendo la mayor parte de sus componentes
adversarios de la conciliación con el mitrismo
La conducta de Mitre se explica porque en 1862, siendo gobernador de Buenos
Aires y dominando la escena política nacional, pretendió capitalizar a Buenos
Aires para consolidar su poder y el de su partido en el interior. En cambio, a
fines de la década de 1870, con el Partido Autonomista apoyando a Roca, hacer
de Buenos Aires capital de la República implicaba entregar a su adversario
político todos los resortes del poder.
Los autonomistas, a su turno, ya sea por convencimiento sobre la necesidad
de consolidar definitivamente al Poder Ejecutivo, dotándolo de un asiento
propio, o por conveniencias políticas personales y partidarias, al temer ser
desplazados por las nuevas fuerzas y nuevos personajes, giraron diametralmente
en su posición respecto a la capital.
Julio A. Roca
A principios del mes de junio la situación hizo crisis. En el Riachuelo
atracó una nave transportando armamento para el gobierno de la provincia. El
día 3, una proclama del presidente denunció el estado de insurrección de la
provincia, y considerando peligrosa la estadía en la ciudad, se trasladó al
pueblo de Belgrano declarándolo residencia de las autoridades nacionales. Los
diputados porteños se negaron a trasladarse y fueron declarados cesantes el día
24, ya en plena revolución.
Así la situación, y sitiada la ciudad por el ejército nacional, comenzaron
las hostilidades chocando diariamente las fuerzas en pugna y produciéndose
numerosas bajas en ambas partes. El 20 de junio se luchó en Puente Alsina y el
22 en la Meseta de los Corrales. Luego de estas acciones, se convino un
armisticio entre ambas partes, llegándose a un arreglo definitivo sobre la base
de la renuncia del gobernador, respeto a la autoridad del presidente y desarme
de las fuerzas provinciales.
El vicegobernador, José María Moreno, asumió el mando. La situación alarmó
a Roca, puesto que al quedar la legislatura conciliada que había apoyado a
Tejedor a ultranza y un gobernador mitrista, no podía esperar que la provincia
cediera a la Nación su ciudad capital. Por presiones de este sobre Avellaneda,
el general Bustillo, interventor militar de la campaña bonaerense, llamó a
elecciones de diputados para renovar el legislativo provincial. Este avance del
poder federal, apañado claramente por Avellaneda, hizo que Moreno renunciara,
quedando desde ese momento Buenos Aires en manos del gobierno nacional.
El presidente de la Nación había anunciado el 24 de julio que este proceso habría de terminar con la federalización de Buenos Aires, resolviéndose definitivamente el problema de la capital de la República. Siguiendo a Salvadores, podemos afirmar que los acontecimientos que se desarrollaron hasta que se dictó la ley de federalización de la ciudad de Buenos Aires, asignaron al doctor Dardo Rocha, senador nacional por Buenos Aires, un papel descollante en la dirección de la política nacional y en la solución del problema de la capital. Al producirse la renuncia de Tejedor, se reunieron en Belgrano los doctores Rocha, Pellegrini y Aristóbulo del Valle y convinieron que el primero de ellos sería el gobernador de Buenos Aires. Rocha a partir de ese momento se convierte en el conductor de la política que concluirá con la formación de La Plata. Fue él quien presentó la minuta al Congreso declarando disuelta la legislatura porteña hostil y convocando a nuevas elecciones. A ellas sólo se presentó el partido autonomista, presentando listas separadas el sector liderado por Leandro Alem, quién fue el encargado de defender la posición del porteñismo.
José María Romero fue designado Vicepresidente primero de la Cámara de Diputados
y asumió el gobierno de la provincia con carácter provisorio y designó a Carlos
D'Amico, íntimo amigo de Rocha, como Ministro de Gobierno.
Dardo Rocha, gobernador de la provincia de Buenos Aires y fundador de La
Plata
El 24 de agosto, Avellaneda envió al Congreso el proyecto de federalización
del municipio de Buenos Aires. Rocha fue miembro informante de la Comisión de
Negocios Constitucionales y por supuesto, habló en favor de la idea
presidencial. El 21 de septiembre fue sancionado y remitido a la Legislatura
provincial para su ulterior aprobación. La ley sancionada establecía que la
Nación tomaba a cambio del Municipio, la deuda externa de la provincia y
pagaría a esta, una indemnización por los edificios y obras públicas de la
ciudad que le hubiesen pertenecido. La ley de cesión fue sancionada en la
legislatura provincial el 26 de noviembre y promulgada el 6 de diciembre, con
lo cual se cerraba este largo capítulo de la historia argentina. Tuvo como
opositores solamente a cuatro diputados, siendo las figuras relevantes Leandro
N. Alem así como uno de sus más destacados adversarios, José Hernández.
Conviene aquí hacer una aclaración. El territorio que se federalizó en 1880
fue sólo el que ocupaba la ciudad en ese momento, es decir desde Retiro a Plaza
Miserere y de allí hasta el Riachuelo. La forma actual es fruto de una segunda
federalización, en 1887, que involucraba a los pueblos de Belgrano y San José
de Flores, quedando demarcados los límites definitivos por lo que actualmente
es la Avenida General Paz. Era entonces gobernador de Buenos Aires Máximo Paz y
Presidente Juárez Celman.
HACIA LA FUNDACIÓN DE LA PLATA
Concretada la cesión de Buenos Aires, Rocha, quién contaba con el explícito
apoyo de Roca, fue electo sin oposición gobernador de la provincia, siendo
vicegobernador Adolfo Gonzales Chaves. Al tomar posesión del cargo, el 1º de
mayo de 1881, expresó que la nueva capital debería necesariamente ser algo más
que un simple centro administrativo de escasa relevancia y difícil
desenvolvimiento. Por decreto de 4 de mayo fijó las condiciones que debía
ofrecer la localidad o lugar que se destinase a la capital provincial, siendo
excluyente la facilidad de acceso a vías de comunicación, tanto con el interior
como el exterior del país, haciendo visible la proximidad a una vía navegable
de importancia, pudiéndose ligar con las redes camineras y ferroviarias
troncales de la nación. Para cualquier observador era evidente que la nueva
capital debía tener una posición similar a la de Buenos Aires.
A esta altura es conveniente aclarar que Rocha prácticamente, desde que se
desató el proceso que venimos relatando, tenía pensado no sólo fundar una nueva
ciudad, sino también hacerlo en las Lomas de la Ensenada, con acceso al nuevo
puerto que habría de construir sobre el
antiguo de la Ensenada porque esperaba construir la Nueva Buenos Aires, la que
habría de rivalizar y superar a la antigua, basándose para ello en la evidente
superioridad que tendría el nuevo puerto sobre el antiguo, base del esplendor
porteño. Sin embargo, el tiempo se encargaría de mostrar que, aislada del
interior por no acceder a la red ferroviaria nacional, la simple tenencia de un
buen puerto no sirvió a La Plata para superar a la capital. Sin embargo, los
estudios lo mismo se realizaron con el propósito de contrarrestar las
influencias que harían valer varias ciudades y pueblos tradicionales de la
provincia.
El 19 de noviembre de 1882 quedó fundada La Plata como expresión del más
alto exponente de la capacidad constructiva de la provincia que era como decir
de la Nación misma
Para realizar los estudios Rocha formó una comisión que formada por el
senador nacional de la provincia Aristóbulo del Valle, el doctor Eduardo Costa,
Eduardo Wilde, Eduardo White, Faustino J. Jorge, Manuel Porcel de Peralta,
Antonino Cambaceres y Saturnino S. Unzué, Francisco Lavalle y José M. Ramos
Mejía.
Las localidades que la comisión debía estudiar eran Ensenada, Quilmes,
Barracas al Sur (Avellaneda), Olivos, San Fernando, Zárate, Chascomús, Dolores,
Mercedes, San Nicolás, Belgrano y San José de Flores. Debía especificarse en
todos los casos las ventajas e inconvenientes que ofrecieran.
El 1° de octubre de 1881 se expidió la comisión, habiendo estudiado en
forma separada las ventajas y desventajas de las citadas localidades de la
provincia agrupándolas, según su ubicación en tres tipos : mediterránea,
fluvial y colindante con la ciudad de Buenos Aires. La Comisión concluyó
opinando que "las localidades que reúnen el mayor número de condiciones
para el establecimiento de un gran centro de población, es decir, condiciones
higiénicas, hidrográficas y administrativas son: Campana, las lomas de la
Ensenada y Zárate, en primer término y subsidiariamente Quilmes; Los Olivos y
San Fernando, o los pueblos de la línea férrea del oeste, desde Moreno hasta
Mercedes, si se hubiera de elegir una ciudad mediterránea".
Sobre este informe y especialmente sobre el censo de la provincia de Buenos
Aires del 8 de octubre de 1881, el 14 de marzo de 1882 Rocha elaboró otro que
fue enviado junto al mensaje que elevó a la Legislatura a efectos de
capitalizar el municipio de Ensenada. En ese informe, se dividían las zonas susceptibles de ser capitalizadas
en cuatro y en realidad estaba dirigido a demostrar que ningún pueblo o ciudad
existente era apto para la nueva
capital, puesto que hasta el mismo pueblo de Ensenada era descalificado al
estar rodeado de zonas bajas y anegadizas que no permitirían el establecimiento
de una gran ciudad. La comisión especial había designado como lugar apto las
Lomas de la Ensenada, lugar que eligió el Ejecutivo provincial.
Lo que evidentemente indujo a Rocha a elegir el mencionado lugar era la
proximidad del precario puerto ensenadense el cual, sin embargo, podía ser
fácilmente convertido en un gran puerto, el cual, al menos teóricamente habría
de competir con el de Buenos Aires. Lo cierto es que la provincia no se
resignaba a no tener más un gran puerto sobre el Río de la Plata. Además, la calidad
de los terrenos de la zona, ofrecían suficiente capacidad para levantar grandes
edificios, tierras aptas para agricultura y ganadería, facilidad para la
provisión de grandes cantidades de agua potable y posibilidades ciertas de
extender la ciudad a medida que fuera necesario.
El 20 de abril de 1882 fue sancionado, con algunas modificaciones, por la
Cámara de Senadores con sólo tres votos en contra, uno de ellos, el del senador
Ortiz de Rosas quién sostenía que la exclusiva razón para instalar la nueva capital
en Ensenada era la superioridad de
su puerto sobre el de Buenos
Aires. Sin embargo no creía que la nueva capital, pese a ello, pudiera competir
con Buenos Aires.
Una de las modificaciones introducidas fue al artículo segundo, puesto que
se le agregó la denominación que debía llevar la nueva ciudad. En efecto, la
nueva redacción, con la que luego fue sancionado quedó de la siguiente manera:
"El poder Ejecutivo procederá a fundar inmediatamente una ciudad (que se
denominará "La Plata") frente al Puerto de la Ensenada sobre los
terrenos altos". La Cámara de Diputados sancionó la ley, en la sesión
extraordinaria del 27 de abril por 25
votos contra cinco. La ley fue promulgada
el 1° de mayo declarando así capital de la provincia de Buenos Aires al municipio
de Ensenada y el ejido de la nueva ciudad, de seis leguas cuadradas y se
declaraban de utilidad pública las tierras cuyos límites serían al N.E., Félix
Osornio, ejido de la Ensenada y Jorge Bell; al noroeste Jorge Bell; al sudeste
Alfonso Demaría y Francisco Wright; al sudoeste Nicanor Sixto, Gabriel Llanos
de la Roca y Compañía y Villaldo de Giménez; al sur Ceferino Merlo. Los
terrenos que así por ley se expropiaban fueron entregados a una comisión
especial. Por fin, y luego del largo proceso histórico aquí narrado, el 19 de
noviembre de 1882 se produjo la fundación de La Plata con la colocación de la
piedra fundamental.
(El presente artículo reproduce un pasaje central de la disertación del
profesor Fernando Enrique Barba ¿Por qué se fundó La Plata: La cuestión capital
de la República y la fundación de La Plata expuesta el 29-4-2022 en el Museo
Dardo Rocha)