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El periodista y escritor se fascinó por la ciudad. Un retrato de época que hoy rescata Ediciones Bonaerenses en sus aguafuertes por la provincia.
Dentro de la colección
"Rescates", el sello Ediciones Bonaerenses recopiló en un volumen 42
viñetas escritas por el autor de "El juguete rabioso".
El recorrido abarca del delta del Paraná hasta Patagones, pasando por Luján, La Plata, Azul, Mar del Plata, Bahía Blanca y Sierra de la Ventana, entre otras localidades.
Respecto a la crónica sobre La
Plata, la misma fue publicada el 27 de diciembre de 1928 por Roberto Arlt en
Diario El Mundo.
ELOGIO DE LA PLATA
Cada vez que a un vago amigo le
he preguntado dónde trabaja, me contestó:
–Tengo un empleo en La Plata.
Y tan frecuentemente he recibido
esta contestación que llegué a formarme la idea de que la benemérita ciudad de
La Plata era algo así como el vaciadero de toda la atorrancia porteña, el
paraíso de los “fiacunes” que necesitan justificar un medio de vida. Ayer,
después de arduas cavilaciones, resolví hacer un paseo hasta la ciudad ignota y
desconocida.
"Me quedo asombrado al
comparar, instintivamente, la grosería porteña con la amabilidad de esta
gente" (Roberto Arlt)
Como es natural, en la estación
no me esperaba ni una banda de música ni una comisión de vecinos distinguidos,
por lo que pude inspeccionar la ciudad a mi antojo y sabor, es decir, darme
cuenta con mis propios ojos de lo que, sin tratar de parecerme a los viajeros
distinguidos, llamaré “magnífica ciudad”. Y lo es sin vueltas.
EL PARAÍSO DE LOS VAGOS
¿Cómo iniciaré el elogio de esta
ciudad? ¿La llamaré la preferida de Dios, la elegida del Señor, el Refugio de
la Sulamita (hay muchas y estupendas), el Jardín de la Fiaca? ¿Cómo iniciaré el
elogio de esta ciudad magnífica, amplia, limpia, arbolada, soleada, asfaltada,
sin mujeres feas, con edificios maravillosos, con tranvías que paran en mitad
de la calle, con agentes que bien podrían ser caballeros y que lo son por los
modales? ¿Cómo elogiaré esta ciudad de cafés con mozos cordiales, con gente que
camina sin apuros, con comerciantes que se recrean leyendo los letreros de sus
comercios, con plazas sin atorrantes, con calles sin ómnibus ni autos
colectivos -¡gracias al diablo!-, con árboles por dónde se mire y con mujeres
tan lindas que se piensa que a las feas las tienen secuestradas bajo siete
candados para que no estropeen la armonía de ese paisaje que lo constituye el
todo y las partes de ese inefable paraíso de silencio?
¡Silencio, sol, árboles! Insisto:
La Plata es el paraíso de los vagos, el templo de los enfermos de actividad, el
gran específico para los neurasténicos, la tabla de salvación de los
“esquenunes”. La Plata es la tierra de la promisión de todos los que sueñan con
una vida de espaldas al sol.
Me he quedado encantado con esta
ciudad. Alguien me dice que es una ciudad de estudiantes… ¡Puede ser! Yo no he
visto estudiantes en ninguna parte, sino gente pacífica, tranquila, que en los
cafés hacen rueda desde temprano, como si su ocupación fuera balconear la vida
y a los pájaros que picotean sus sombras en las veredas.
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La tapa del libro
"Aguafuertes Bonaerenses", recientemente editado |
EL ESPECTÁCULO
Le inquiero al boletero del
tranvía la dirección de una calle, e inmediatamente un bombero, una señora
anciana, un caballero mulato, el motorman, un cabo de vigilantes y un
vigilante, espontáneamente, se ofrecen a darme cuanto dato pido. Me quedo
asombrado al comparar, instintivamente, la grosería porteña con la amabilidad
de esta gente.
¿De dónde ha sacado la compañía
de tranvías de La Plata personal tan adecuado? Yo no lo sé ni puedo
explicármelo. ¡Si casi le piden disculpas a uno por cobrarle el boleto! El
tranvía para mitad de cuadra, para dejar subir a una anciana que desde la distancia
se agita como semáforo. Yo miro en rededor y un caballero anciano también, de
barbas plateadas, me dice, con un orgullo que me explico ampliamente:
–Aquí, señor, no han podido prosperar los
ómnibus.
–Ni prosperarán –dice otro que parece ser un
“ave negra” cordial y espontánea.
Yo me agarro la cabeza. ¿Será
posible encontrar gente tan civilizada, tan culta, a sesenta minutos de la
Capital?
Entro a un almacén y pido hablar
por teléfono. El hombre almacenero me busca la dirección en la guía.
Salgo y recorro las calles.
Una limpieza especial, una
limpieza de casa holandesa prima en todas partes. Los comerciantes estudian
astronomía desde sus mostradores. Otros se pasean con las manos atrás, frente a
los letreros de sus tiendas y miran a los letreros como si los letreros
tuvieran santas leyendas. El sol cae abundante y beneficioso sobre sus amplias
espaldas. El silencio llueve sobre las plazas adornadas como para un día de
fiesta. No se ven atorrantes ni para remedio.
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Una postal de los
tranvías, otra época, otra ciudad |
CAFÉS Y VIGILANTES
Los cafés están repletos de gente
que hacen filosofía al margen de una tacita de achicoria. Los mozos parecen
conocer a todo el mundo, porque veo que la gente se levanta de las mesas sin
pagar, y en vez de ocurrir una tragedia como ocurriría en esta ciudad de
filisteos, el mozo exclama:
–¡Hasta luego, don Joaquín, o
hasta luego Noy!
Y eso es todo.
Tigero, el compañero Tigero que
me acompaña en esta excursión, me dice:
–Fíjese en el vigilante que ha
parado a aquel automóvil.
Yo me fijo y veo que el agente
está procediendo por una infracción del “chauffeur”.
El “crosta” menea el brazo y el
bastón; la gente mira y trata de recoger las voces de aquel sermón larguísimo
y, al final, el infractor se va. El agente no le ha hecho ninguna boleta. Se ha
limitado a darle una lección de buena crianza.
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Arlt observó y
capturó detalles de la ciudad en ciernes |
Yo miro en rededor y le digo a
Tigero:
–Pero en esta ciudad, no se ven mujeres feas.
–Las mujeres de La Plata son las
más lindas del mundo –me contesta éste.
Y yo juro que eso es cierto. He
estado desde las nueve de la mañana hasta las cinco de la tarde en esta ciudad
de silencio, de sol, de belleza y de vagancia, he visto a 358 mujeres, de las
cuales doscientas cincuenta y ocho son lindísimas, sesenta regulares y el resto
como para hacerle perder la cabeza a cualquiera.
"¿La llamaré la preferida de
Dios, la elegida del Señor, el Refugio de la Sulamita (hay muchas y
estupendas), el Jardín de la Fiaca?", se pregunta Arlt.
Y yo he pensado:
–Si me tocarse la lotería o un empleo fácil y
sustancioso, me vendría a vivir a La Plata. Mi espíritu se regocijaría ante el
panorama que contemplarían ojos, y éstos estarían de garufa corrida, pues,
cuando no mirasen el cielo, que es lindo y azul, mirarían a las mujeres ¡que
son más lindas todavía!
221.com.ar / Begum