Miembro de la llamada “generación del 40”, Gustavo García Saraví (1920-1994) dejó sus influencias en la poesía local y una inmensa obra. Su estancia como juez en Misiones y su retiro en España.
Gustavo García Saraví nació en La
Plata en 1920 y murió en Buenos Aires el 19 de mayo de 1994. Fue un reconocido
poeta de la ciudad de las diagonales que recibió importantes distinciones; por
todas las ciudades en las que vivió y por lo que viajó, se podría sostener que
fue una suerte de escritor de exportación.
Forma parte de ese nutrido grupo de
poetas platenses que ejercen de abogado al mismo tiempo que desarrollan su
vocación poética (Horacio Castillo y Rafael Felipe Oteriño, por mencionar otros
de nuevas camadas). En esta estirpe, por supuesto, que la poesía está primera
que el derecho.
Entre las letras y la ley: las
letras. Aunque de algo hay que comer... entonces la profesión se torna en una
contingencia subalterna, una suerte de pasaje menor inevitable, que florece en
ciertos temas, pero que no domina.
Porque la poesía lo toma todo.
Captura la vida misma que se despliega y es forma de ser como pasión para
aquello que la medida de la representación puede dar; en el caso del lenguaje
como lira y arco tensado de la precisión fonética, del ritmo y la cadencia,
aquello que es testimonio de una obsesión y constancia de existir.
Gustavo García Saraví era, sin dudas,
un buscador de perfección. En la razón de la palabra precisa. La justicia es
semántica para la sintáctica de la voz. Era el trabajo con la forma e imagen
del pensamiento en el proceso de escritura. Aquello que en el Siglo de Oro
Español era considerado grial, como en los poetas provenzales que llevaron el
amor cortés hasta sus últimas consecuencias; como en el nombre de la rosa, la
función del silencio. Memoria y legado, el aura, cierto misterio del verbo.
Ya en el claustro del Colegio
Nacional (egresó en 1942), sus mentores Ezequiel Martínez Estrada y Pedro
Henríquez Ureña lo marcarían a fuego, sobre todo este último en las lecturas
del modernista Rubén Darío y en los versos politizados de José Martí.
Esa pequeña jaulita donde se esconde
un refinamiento (paradójicamente) libre; aquello que lo dejará obnubilado para
siempre. La regla sencilla, prístina, que esconde una formula a la que -si
acaso se sabe usar-, abre el misterio: catorce versos endecasílabos, divididos
en 2 cuartetos y 2 tercetos, con rima variable. Eso es, el Soneto. Esa
maravilla.
Soneto para las iniciales grabadas en un árbol
¿Qué dedos, qué suspiros, qué mensaje,
qué silencio con lilas, qué limpieza,
qué rosado mal gusto, que simpleza
son esta savia dura, este tatuaje?
¿Qué buscados crepúsculo y follaje
con nubes o palabras, qué promesa
de corazón nacido en la corteza,
qué boca y juramento, qué homenaje
son estas cicatrices, esta muerte
de vanas consonantes, esta suerte
definitivamente abandonada?
Letras que el tiempo roe como a un hueso,
máscara vegetal, gastado beso,
endurecida fe, última amada.
*
Entre Asturias y Borges, “el sonetista de América”
Gustavo García Saraví es hijo de la
primer camada de poetas platenses, en especial de Francisco López Merino, a
quien le dedicará un profundo estudio introductorio en oportunidad de
reeditarse y publicarse su obra completa en 1968. Allí confesará su admiración
por el poeta suicidado en 1928, sin perjuicio de la afinidad con sus otros
vates de destino trágico: Ripa Alberdi, Delheye y Mendióroz.
Como ellos, y como sus pares de la
llamada “generación del 40´” (Themis Speroni, Silvetti Paz, César Corte
Carrillo, Ana Emilia Lahitte, los Ponce de León), asumirá el espíritu
escéptico; cultivando tanto el soneto y como el verso libre, con clara
predilección por el primero.
Los primeros textos de García Saraví
fueron un manojo de poemas titulados Tres poemas para la libertad (1955), que
decidió enviarle un día por carta al escritor guatemalteco Miguel Ángel
Asturias; y quien al tiempo le escribió elogiando el tono y alentando a seguir
la senda: “No sabe la emoción que me causa encontrar sobre mi mesa, como una
bandera, como un grito, sus Tres poemas para la libertad”. A su vez, le envió
un ejemplar a su maestro Ezequiel Martínez Estrada, quien le respondió con una
carta que ofició de prólogo para una segunda edición, minúscula y artesanal
como la primera.
Desde entonces le hizo caso, y
continuó con Monografía para mi muerte y otras soledades (1956), Los sonetos
(1958), Los viajes (1960) y Sonetos de amor (1963).
En 1964 publicó Con la patria
adentro, un libro premiado por un jurado presidido por Jorge Luis Borges, quien
en un aparte le dijo, a propósito del título: “Con la patria adentro, con la
patria adentro... ¡qué incomodidad!”.
Cuatro años después, en una visita
que Borges hizo a la ciudad de La Plata y con Gustavo García Saraví ya como
miembro de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), él será el encargado de
acompañarlo y presentarlo en el salón del Colegio de Escribanos; de ese cruce
se mantendrá un vínculo por correspondencia y que llevará al prólogo de Del
amor y los otros desconsuelos (1968), donde el gran escritor argentino reconoce
el legado de su viejo amigo “Panchito” López Merino en el joven García Saraví,
a quien bautiza como “el sonetista de América”. En este texto Borges alude
directamente a la serie de sonetos patrióticos, sin detenerse en los eróticos,
que son el sustento del libro.
Entre las letras y la ley
En 1948 se recibió de abogado en la
Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional de La
Plata, pero nunca dejó de lado la poesía. Se podría considerar que los dones
leguleyos de García Saraví se combinarán a la perfección con el arte poética.
Con su colega de generación, también
el poeta y abogado Horacio Ponce de León, montaron un estudio jurídico al que
muchos recuerdan como “el bufet inolvidable”, en un edificio de calle 12 entre
47 y 48.
El poeta Néstor Mux, por ejemplo,
recuerda como anécdota que la condición para ir a ese estudio y mantenerse un
tiempo allí era hablar exclusivamente de versos y terminar almorzando unos
triples de miga. Ahí iban con Roberto Themis Speroni, mientras transcurría la
mañana todo se volvía tertulia y “la ley” quedaba corrida de lado por las
grandes obras de la literatura universal.
Cuando sonaba el timbre y aparecía
algún cliente nuevo, Gustavo atendía el portero eléctrico y les avisaba: “Los
doctores no están, venga mañana por favor…”. Entonces todos se mataban de risa.
Antes de dejar la ciudad, escribirá:
La Plata es “una ciudad / poco propicia / para nacer, vivir, copular, escribir
/ ser o morir”.
A mediados los ´70, se instala en la
ciudad de Posadas, Misiones, donde es designado Secretario Electoral. Recorre
entonces intensamente la provincia, y dedica poemas tanto a Horacio Quiroga,
escritor icónico, como también a cada ciudad y cada paraje misionero.
Ya a mediados-fines de los 70´,
Gustavo García Saraví inicia una serie de viajes internacionales. Comienza una
etapa donde seguirá escribiendo en forma intensa (Cuadernos del Ecuador,1976,
Segundas intenciones,1976, Salón para familias, 1977, Última instancia,1979,
Ensayo general, 1980, Escalera de incendio, 1981 y Puerta de embarque, 1986).
Desde entonces su preocupación se
centra en las letras; en especial el estudio del siglo de oro, la generación
del ´98 y del ´27. Los arcanos del soneto y la métrica. Temas que lo
apasionaban, y que se dan en un contexto como la muerte del dictador Franco y
la transición democrática en España (algo que el poeta vivirá con absoluto
júbilo).
El exilio de un hijo en España lo
lleva a visitar el país anualmente. En Madrid frecuentará espacios
intelectuales, cafés, la tertulia y el mundo universitario. De su fluido
contacto con miembros de la real academia surgirá la recepción de su obra y
labor, que se verá cristalizada en 1981 con la publicación de sus Obras
Completas. Se publicará por la editorial madrileña Empeño 14 en un tomo de 761
páginas, con introducción de la conocida hispanista Sara M. Parkinson "la
dilecta inglesa de Pozuelo de Alarcón", en palabras del propio García
Saraví, que le dedica las primeras 136 páginas del elefantiásico volumen.
En el alambicado estudio de
Parkinson, se sostiene que el poeta “… no participa de la ternura desolada, del
escalpelo aguzado y concreto con que César Vallejo desarma la raíz de las
ficciones”. O dicho en otros términos: que el poeta no se embarca en la
aventura aleatoria de la invención de palabras del peruano, sino en las fintas
que trasunta la determinación del soneto; esa breve jaulita que, en el fondo,
protege la fragilidad de la belleza.
En 1981 será galardonado dos veces:
recibe el Premio Internacional de Poesía Leopoldo Panero y el Premio José Luis
Núñez. Al otorgarse dichos honores se reconocerá en la obra de García Saraví su
capacidad de abordaje y versatilidad para temas más diversos: el amor, la familia,
la soledad, el tiempo, la vejez, la muerte, la patria, los héroes, la
injusticia social.
Siempre cuidando la forma, con
dolorido acento, asumiendo las cuestiones con ironía impiadosa. Se ha dicho que
en su poesía las enumeraciones son mezcla elementos de lo cotidiano con los
abstractos —en un, mismo plano—, es el tono tristemente sarcástico, la
melancolía, la obsesión por los números y las cifras, entre tantas otras
huellas.
De vuelta en La Plata
Para fines del 80´, Gustavo retornará a La Plata. Desde entonces podrá dedicarse de lleno a sus nietos y a su familia, pero nunca dejará de escribir.
Por entonces su hija Mercedes García
Saraví, experta en letras, será quien investigue a fondo el legado poético de
su padre en una tesis doctoral que defenderá en México en 1989: “Esta madeja de
nebulosas tintas”. Al igual que el trabajo introductorio de Parkinson que ya hemos
mencionado, el de Mercedes resulta de cita inevitable para abordar la obra del
poeta platense.
En sus últimos años fue reconocido
por la Fundación Konex, entre otros premios. En 1990, la Municipalidad de La
Plata lo designa ciudadano ilustre.
Gustavo García Saraví muere el 19 de
mayo de 1994. Tenía entonces 74 años.
La voz grabada del poeta
Existe en el Archivo de la Palabra de
Radio Universidad Nacional de La Plata la voz grabada de García Saraví. El
audio presenta algunas deficiencias de sonido, pero se alcanza a escuchar al
poeta leyendo sus siguientes poemas: "Qué pesadumbre el aire",
"Balada de verano para el oso blanco del circo", "Qué amor, qué
extraño amor", "Monografía para mi muerte", "Soneto para
mis sonetos torturantes".
Begum / 12-2024 / 0221.com.ar