.

López Merino, el primer poeta de La Plata


La apasionante historia del artista platense que se suicidó de manera trágica a los 24 años en el baño del viejo Jockey Club.

Fue una mañana de otoño de 1928. Más precisamente un 22 de mayo. Estaba a una mesa del bar del Jockey Club, tradicional confitería considerada cuna y ambiente bohemio de poetas y artistas de la capital provincial. Tomaban whisky, y la charla discurría con serenidad entre varios contertulios, cuando el joven poeta Francisco López Merino (“Panchito” para los amigos), se incorporó y dijo: "Voy hasta el baño". Segundos después se oía la detonación. Entonces corrieron hasta el lugar y encontraron al poeta de 24 años tendido en el suelo, con la cabeza destrozada en un charco de sangre.

Su muerte trágica conmovió al ámbito social y literario de La Plata y Buenos Aires, generando un misterio sobre las causales de la misma, pero también abriendo un interrogante sobre la incidencia de la melancolía, el romanticismo y las formas de poesía que profesaba el joven poeta. ¿Culpar a la literatura?

En el expediente judicial que reconstruye su muerte, algunos de aquellos amigos hablan sobre ese momento: el oscuro pintor holandés conocido como Stephen Koekkoek, el intendente Luís María Berro, el escribano Juan Nicolás Rozos, el filólogo alemán Robert Lehman-Nitsche… Todos ellos refieren que fue demasiado de golpe. Algunos ni siquiera se dieron cuenta que el joven poeta se había ido para el baño. Fue que de pronto escucharon el estallido.

De los hechos, se mostraron sorprendidos, pues “Pachito” (así le decían), hablaba como siempre. Parecía todo normal; por lo que ninguno pudo dar una explicación cierta sobre los motivos del extraño y fatal suceso.

Con el tiempo fueron llegando las conjeturas.

Así, en las declaraciones posteriores del escribano Rozos, “Panchito” se volvió demasiado taciturno después de la muerte de su hermana mayor, afectada de tuberculosis. Al dolor por la pérdida de la hermana, a la que dedicó varios poemas, se unía la sospecha de que él también padecía el mismo mal. Tanto es así que cuando se palpaba la frente para detectar una fiebre imaginaria, sus amigos, en son de broma, se ponían a cantar.

Francisco "Panchito" López Merino se quitó la vida cuando tenía 24 años y sembró un mito alrededor de su figura.

Esos mismos amigos habían consultado al médico de cabecera del poeta el doctor Rodolfo Rossi, quien les aseguró que la única enfermedad del poeta era su hipocondría. López Merino tenía una novia, María Enriqueta Argüello —fallecida tres años antes—, lo que había impactado muchísimo en su estado de ánimo. Lector obsesivo de Goethe, nadie podía sospechar entonces que Panchito podía llegar a quitarse la vida del mismo modo que el joven “Werther”.

Otros (recuerdo especialmente al escritor Leopoldo Brizuela que antes de morir juntaba apuntes para una posible novela) sugerían una posible relación homoerótica con otro poeta amigo, algo que para la época sería considerado blasfemo, pero que López Merino practicaba en forma clandestina.

¿Pero cuál fue el motivo real del suicidio?

Hay quienes dicen que la clave debe ser hallada en sus poesías, allí residiría el misterio que dio origen al mito del poeta desgarrado y trágico que parió a las nuevas genealogías de poetas de la ciudad de las diagonales. Versos como los que siguen:

(…) El alma se me llena de estrellas cuando pienso /que moriré./ Imagino espirales de incienso  /decorando la caja mortuoria; luego el canto triste de las campanas.  (Igual que en viernes santo llorarán las campanas porque yo fui creyente, porque yo hablé de Cristo melancólicamente.) / Después, ese silencio divino que buscaba día a día en la vida, pero que no encontraba. / Después, la paz profunda (…)

¿POETA SUICIDADO POR LA SOCIEDAD?

Francisco López Merino publicó en 1920, a los 16 años, un pequeño libro titulado Canciones interiores, luego Tono menor (1923), Sugestiones de una balada (1924) y Las tardes (1925). En 1931, o sea póstumamente, se publicó su “Obra completa”, volumen que recoge las poesías de todos sus libros más una serie de inéditos "Últimos poemas". Y –finalmente- en 1967, el gobierno de la provincia de Buenos Aires, hizo una edición homenaje con prólogo del poeta Gustavo García Saraví.

Rafael Alberto Arrieta, viejo profesor de literatura del Colegio Nacional de La Plata, escribió sobre los poetas que integraron lo que denominó la "Escuela de La Plata" (“Ciudad de poetas”): López Merino, su cuñado Pedro Mario Delheye, Héctor Ripa Alberdi y Alberto Mendióroz. Todos murieron antes de cumplir los treinta años y a todos los unió una común admiración por la estética simbolista. Esos jóvenes encontraron una afinidad literaria entre los escenarios melancólicos descritos por los mencionados autores y las amplias avenidas silenciosas, flanqueadas de tilos, y los bosques con lagos artificiales de la racional La Plata, imaginada por Julio Verne, pero diseñada por el arquitecto Pedro Benoit.

Como afirma Antonio Requeni, si bien esa atmósfera de voluptuosa ensoñación gravitó en todos los integrantes de la Escuela de La Plata, no pesó tanto en López Merino. Su poesía es refinada e intimista, imbuida de delicado romanticismo, no se presenta envuelta en un aura crepuscular sino matinal, es de una tristeza fresca y luminosa ("Mis primas, los domingos, vienen a cortar rosas/ y a pedirme algún libro de versos en francés"). Sus hallazgos verbales transmiten un sentimentalismo acaso ingenuo, juvenil, junto a una conmovedora intuición ("el alma se me llena de estrellas/ cuando pienso que moriré").

López Merino, amigo de los poetas ultraístas de su generación, mantuvo una actitud de respeto por los cánones tradicionales del verso y escribió al margen de las rebeldías de la vanguardia; participó de esa corriente neoclásica y neorromántica que, prolongada por las generaciones posteriores de poetas capitales.

BORGES, MERINO Y EL PISO AJEDREZADO

Jorge Luis Borges era muy amigo de Francisco López Merino, con quien se reunía con frecuencia en el Café "El Rayo" ubicado en la esquina de 1 y 44. Esto sucedía entre los años 1925 y 1928, cuando conjuntamente con otros escritores divulgaban aquí la llamada Revista Oral. También el amor de Borges por una mujer lo hacía viajar a La Plata con frecuencia, cuando visitaba a Elsa Astete Millán, que vivía en diagonal 80 esquina 4, y con quien se casaría 50 años después de conocerla, luego de que ella enviudara.

En el libro de María Esther Vázquez Borges, Esplendor y Derrota (1996) se ve una imagen fechada en 1928, que muestra al gran escritor argentino junto a López Merino, ambos sentados en un banco del zoológico de Buenos Aires. Al pie de la foto se indica que dos días más tarde de tomada esa imagen, López Merino se suicidaba en un baño del Jockey Club, a los 24 años.

Un poema de Panchito, de puño y letra.

Efectivamente, Borges y López Merino fueron grandes amigos. “Francisco no había muerto joven, había decidido morir joven”, según diría María Kodama, en un acto de reconocimiento al poeta platense. Kodama también sugiere que "Borges había quedado muy impactado con el suicidio de López Merino y se preguntaba, qué había podido llevarlo a tomar esa decisión, siendo tan joven y un escritor que comenzaba a ser reconocido.

De las páginas de Cuaderno San Martín (1929), el tercer libro de Jorge Luis Borges: a Francisco López Merino.  El mismo gesto se repite en el poema publicado en "Elogio de la sombra" (1969), que aquí copiaré, pues Borges se entrega a una explicación casi policial de cómo sucedieron los hechos sobre “el piso ajedrezado”:

Ahora es invulnerable como los dioses/ Nada en la tierra puede herirlo, /ni el desamor de una mujer,/ ni la tisis, ni las ansiedades del verso, /ni esa cosa blanca, la luna, /que ya no tiene que fijar en palabras. /Camina lentamente bajo los tilos; /mira las balaustradas y las puertas, /no para recordarlas. /Ya sabe cuántas noches y cuantas mañanas le faltan. /Su voluntad le ha impuesto una disciplina precisa. /Hará determinados actos, /cruzará previstas esquinas, /tocará un árbol o una reja, /para que el porvenir sea tan irrevocable como el pasado. /Obra de esa manera para que el hecho que desea y que teme /no sea otra cosa que el término final de una serie. /Camina por la calle 49; piensa que nunca atravesará tal o cual zaguán lateral. /Sin que lo sospecharan, se ha despedido ya de muchos amigos./ Piensa lo que nunca sabrá; /si el día siguiente será un día de lluvia./ Se cruza con un conocido y le hace una broma./ Sabe que este episodio /será, durante algún tiempo, una anécdota. /Ahora es invulnerable como los muertos. /En la hora fijada, subirá por unos escalones de mármol. (Esto perdurará en la memoria de otros). /Bajará al lavatorio; en el piso ajedrezado el agua borrará muy pronto la sangre. El espejo lo aguarda. /Se alisará el pelo, se ajustará el nudo de la corbata / (siempre fue un poco dandy, como cuadra a un joven poeta) /y tratará de imaginar que el otro, /el de cristal, ejecuta los actos y que él, su doble, los repite./ La mano no le temblará cuando ocurra el último./ Dócilmente, mágicamente, ya habrá /apoyado el arma contra la sien. /Así, lo creo, sucedieron las cosas.

El monumento en homenaje a López Merino que estaba en el Paseo del Bosque cuyo busto fue robado en marzo último.

RUINAS Y HUELLAS

Hoy los alumnos de la Facultad de Derecho transcurren, entran y salen de ese baño “con piso ajedrezado” del que habla Borges en su poema, sin saber que ahí funcionaba una confitería hace décadas, y que ahí mismo, se mató un joven poeta.

Por mi parte, varias veces estuve en ese baño. Me apoyé en sus lavatorios, quise encontrar una huella, un rastro antiguo de sangre disecada del poeta que me diera la pista de su paso por este mundo.

Hoy la familia Calvo y Reca (María teresa Reca, Pablo Reca, etc.) es un verdadero reservorio oral de todas estas historias. Hijos de la poeta Estela Calvo (1931-1995), a su vez hija de Jacinto Calvo y de Nestar López Merino, hermana del joven poeta suicidado. Alguna vez los escuché a alguno de ellos contar anécdotas sobre esos tiempos, deslizar otras conjeturas, mantener el mito vivo.

El lugar de la muerte de López Merino fue inmortalizado en un texto de Jorge Luis Borges.

Del destino de aquellos contertulios que presenciaron o fueron testigos del suicidio, diré que no es muy alejado al destino de López Merino.  Así, Koekkoek, considerado el Van Gogh del Río de La Plata, luego de pasar por el Borda, sumido en la pobreza y la locura, se suicidó de la misma forma que el poeta, en un cuarto de hotel en Valparaiso, Chile, en 1934.

 

La vieja casona familiar hoy convertida en el complejo bibliotecario municipal.

El profesor Lehman-Nitsche, trabajaba en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata, sabemos de él por la novela póstuma del escritor Gabriel Báñez (Jitler, La Comuna, 2017). Sumido en la obsesión de registrar todo tipo de manifestaciones de las culturas originarias, se acaba de demostrar en el juicio de la Masacre de Napalpí, que fue el eslabón encubridor del genocidio indígena en 1924. Vinculado en cierta forma al nacionalsocialismo, murió en Alemania en 1938, algunos cuentan que en extrañas circunstancias.

En el paseo del Bosque de La Plata, próximo a la gruta y el lago, hace poco fue vandalizado el busto de bronce del joven poeta. Esculpido hace más de ochenta años por el artista Agustín Riganelli, tenía una inscripción en el pedestal que decía: "En la mañana buscó la noche".

No debe obviarse la Biblioteca López Merino, ubicada en la calle 49 entre 11 y diagonal 74, que era la casa de la familia, y es desde hace décadas un lugar clave de la cultura platense. Gestionado por su familia y amigos, con el apoyo de la comunidad ha logrado sostenerse con el tiempo, contando con un acervo bibliotecológico excepcional.

Fue un escritor precoz; con 16 años publicó su primer libro de poemas titulado Canciones interiores.

En el espacio se sostiene una agenda

 (https://cultura.laplata.gob.ar/category/complejo-bibliotecario-lopez-merino/)

de actividades continuas, tales como talleres, presentaciones de libros, visitas, etc. También debe mencionarse la “Catedra” López Merino, en la que se congregan poetas y escritores de nuestra ciudad, de la que formaron parte autoras de la talla de Aurora Venturni, Ana Emilia Lahitte o Matilde Alba Swam.

LA PLATA, ¿CIUDAD SONETO?

La influencia de Francisco López Merino en el ámbito de las letras, pero especialmente en el ámbito local, ha sido profunda. De ello ha dado cuenta en la reedición de su obra reunida y poemas póstumos, a partir del estudio introductorio del gran Gustavo García Saraví (1967). Dijimos que los poetas platenses de las generaciones siguientes también le deben cierta impronta. Pues los poetas capitales han hecho del soneto casi una estructura sagrada, algo que proviene de la matriz que se halla en el libro Tono menor, quizás el más logrado de López Merino (el propio García Saraví, o bien Roberto Themis Speroni). Mucho de todo esto da cuenta el escritor Guillermo Pilía en su ya clásico “Historia de la literatura de La Plata” (La comuna, 2001). Allí Pilía repasa a todas las generaciones de la “Escuela platense” de la poesía, y de las tradiciones que podrían diferenciarla de otros centros, especialmente Buenos Aires. No olvidemos que la fundación de la ciudad de La Plata en 1882, exigía el nacimiento de una mitología diferenciada, de allí la idea de poetas propios, bajo un estilo propio de consagración.

Existe una discusión muy interesante surgida recientemente a partir de la publicación de Tilos secos, diagonales rotas (Pixel, 2021), libro del poeta Horacio Fiebelkorn, en el que se analiza la idea de “ciudad de los poetas” en un sentido crítico y sobre el modo en el que el mundo poético platense se vio a sí mismo a partir de la semilla instalada en torno al mito del poeta suicidado que necesitaba un mundo provinciano para capitalizarse.  En términos de Fiebelkorn, López Merino sería un buen poeta, pero alguien más cercano a las corrientes porteñas de la época (su amistad con Borges y otros poetas lo demuestran), por lo que el aire de operación localista que se montó más tarde en torno a la jaula del soneto debería ser revisada; ello en tanto marco de solemnidad en el que quedó atrapada la fuerza o potencia del verso libre (los poetas capitales como Horacio Castillo o Néstor Mux podrían ser un ejemplo).

Claro que de todo esto López Merino no tiene la culpa de nada. Lo importante es deleitarse con las criaturas sofisticadas que la voz del joven poeta suicidado engendra, algo sutil que alberga una suerte de estado de gracia, un lirismo hecho de música y belleza que aún puede conmover a quienes, libres de prejuicios temporales, se acerquen al tono menor de sus versos.

 

Fuente: Julian Axat / Begum / 221.com.ar

Ir arriba