Tapices de Persia; muebles
de ébano y nogal tallado empotrados en los muros; estatuas de bronce y mármol;
un comedor con un techo de yeso cubierto por pinturas al óleo; vitrales y
espejos biselados por doquier y una galería que conduce a un luminoso jardín de
invierno. Son sólo algunos de los rasgos de la suntuosidad que caracterizó,
desde siempre, al palacete situado en la esquina de 14 y 53, frente a la Plaza
Moreno, donde desde hace 115 años tiene su sede el Arzobispado de La Plata.
La historia del inmueble, que en 1885 mandó a construir el abogado y por entonces gobernador bonaerense Carlos Alfredo D’Amico, es accidentada y poco conocida. Perseguido políticamente y sumido en deudas, D’Amico huyó al exterior y, expropiación mediante, la finca pasó a manos del Estado. Hasta que, en 1907, fue adquirida por la curia platense en un remate a través de un préstamo hipotecario que quedó impago; lo que vulgarmente se dice: un verdadero “Paga Dios”.
Pero vayamos al origen de
las cosas. Durante la gobernación de Dardo Rocha, D’Amico fue ministro de
Gobierno y mano derecha del mandatario. En agosto de 1882 y por su condición de
funcionario, le fue asignado un lote que que, con los cambios y desplazamientos
de último momento que sufrió la traza, resultó un sitio más que privilegiado
casi sobre el centro geográfico de la ciudad. El historiador platense José
María Rey, en rigor, asegura en su libro La Gran Capital que se trata del solar
más alto de todo el distrito.
En 1907 el obispo Juan
Terrero compró en un remate el Palacio D'Amico para convertirlo en sede de la
curia.
El 1 de mayo de 1884, cuando
D’Amico asumió como gobernador de la provincia, gestionó un préstamo bancario
que le fue otorgado en septiembre y con el cual mandó a construir la
residencia. La obra estuvo a cargo del arquitecto Leopoldo Rocchi, el mismo que
en esos años proyectó y construyó el edificio del Teatro Argentino y, de ese
modo, D’Amico fue el primer gobernador de la provincia en residir en La Plata,
su capital.
A su gestión como gobernador
se debe la organización de la policía provincial y el régimen municipal, así
como el impulso en la construcción del Museo de Ciencias Naturales, de cuyas
instalaciones fue artífice principal y padrino.
El llamado “Palacio D’Amico” fue inaugurado recién en enero de 1887, cuatro meses antes de concluir su mandato -que en aquella época era de tres años- como gobernador. Las dimensiones y el lujo que exhibía la propiedad hacían que fuera comparada con las más ostentosas de la ciudad de Buenos Aires. La propiedad, que según Rey era conocida como “El Molino”, fue rápidamente objeto de críticas entre los vecinos platenses que pronto ganaron las páginas de la prensa de la época.
El edificio fue construido
en tres niveles, incluyendo el subsuelo en el que se encontraba la cocina y los
baños y donde, alguna vez, llegó a funcionar un laboratorio. En el tercer piso
había una decena de habitaciones. Desde la planta alta hoy es posible acceder a
través de una escalera caracol a un mirador y tres terrazas con vista a la
Plaza Moreno. Otro de los aspectos superlativos de la finca es su jardín
sembrado con gran variedad de especies implantadas: desde coníferas a palmeras
y todo tipo de arbustos. Llegó a haber también un lago y una gruta con una
pequeña cascada e invernaderos donde se cultivaba una gran diversidad de
especies que luego eran llevadas a tierra. Entre las plantas, incluso, se
construyó una cancha de paleta, muy concurrida por la alta sociedad platense.
Durante los primeros tiempos la casona fue sede de grandes celebraciones que acostumbraba a organizar su dueño. Esto hizo que recurrentemente se publicaran comentarios en la prensa de la época sobre el lujo desmesurado de la propiedad. Al comentar una de esas consuetudinarias recepciones, una nota del periódico platense La Capital publicó en 1887: “Hay en la casa muebles, bronces, objetos de arte, de incalculable valor. Tapices de alto precio, muebles riquísimos, colgaduras, bronces. Las personas de rango asistentes a la reunión comentada, conocedoras de la vida porteña, aseguran que no hay en Buenos Aires instalación privada que pueda compararse con la de D’Amico, las casas de Alvear, Elortondo, de Irigoyen, del General Campos, Urquiza, Ocampo Sananás, Ausbay y otras de familias pudientes y de destacada situación social, son modestas habitaciones frente a la que acaba de inaugurarse en la nueva capital, el palacete de Santos en Montevideo, famoso por su lujo ‘churigueresco’ no tiene punto de comparación con este”.
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Foto: Eduardo Finocchi |
La Iglesia no pudo cumplir con las cuotas del préstamo y la propiedad volvió a manos del Estado.
Estudiosos de la historia de
la arquitectura y el diseño han advertido que la disposición de habitaciones
del Palacio D’Amico se asemeja más a una residencia destinada a actividades
sociales que a una casa de familia. Un detalle siempre señalado sobre la
propiedad, en este sentido, son las cuatro estatuas ubicadas en lo alto del
frontis que representan las cuatro virtudes cardinales: prudencia, justicia,
templanza y fortaleza. Las mismas constituyeron imágenes para la formación y
los valores en las filas de la masonería que D’Amico integraba.
EL ABANDONO
Durante sus años al frente de la provinci, D’Amico contó con el apoyo unánime del Partido Autonomista Nacional. Sin embargo, la lucha política desencadenada durante su gestión le deparó fuertes resistencias internas y enemistades. Esa puja lo enfrentó con Máximo Paz que, apoyado por Julio Argentino Roca, terminó por sucederlo en la Gobernación. En medio de la profunda crisis política y económica que eclosionó en 1890, D’Amico formó parte en la organización de la sofocada revolución del Parque y se vio forzado a exiliarse en México.
Así, la casona entró en un
vertiginoso proceso de deterioro. Las deudas se fueron acumulando y la casa
pasó a manos del Estado y junto a parte del mobiliario comenzaron a ofrecerse
en subasta. En 1896 el tasador oficial Francisco T. López incluyó la siguiente
descripción del palacete en un informe oficial previo a su salida a remate:
"El piso principal, o sea el primero, lo forma una amplia entrada o zaguán
y un hermoso vestíbulo abovedado, todo lujosamente decorado con pintura al
óleo, un gran comedor, techo con yeso con dos grandes cuadros también al óleo
así como las pinturas de las paredes que después casi en su totalidad están
abiertas por galerías de portadas y aparadores anexos de nogal tallado, igual
que el zócalo y el piso de mosaico de fresno y palo de rosa, puertas y ventanas
de nogal con celosías de cedro. Una gran sala formando martillo con grandes
vidrieras con dos balcones a la calle 14, un salón de billar, una estufa en el
comedor de mármol negro y nogal, un escritorio, una antesala, dos escritores, tres
pasillos, una pieza pequeña, un comedor que da frente a un jardín y una especie
de vivero de plantas en forma de terraza, todo cubierto por tres lados y el
techo, siendo el otro costado un gran espejo biselado lo que forma una
pared".
Para superar el inicial estado de abandono, que dio lugar a algunas intrusiones y saqueos, se organizó la oferta de alquiler de sus cuartos a hombres solteros y la habilitación al público del frontón para juegos de pelota erigido a un costado de los jardines, como manera de generar ingresos para su manutención. Sobre avenida 53 el “Frontón provincial” era regenteado por los jóvenes empresarios Sagastume y Pérez.
En 1905, ya notoriamente malograda por la falta de cuidados, la mansión volvió a salir a remate. Dos años después la propiedad fue adquirida por el obispo Juan Nepomuceno Terrero quien aceptó pagar por el inmueble la suma de 138 pesos de ese momento con el objetivo de transformarla en sede de la curia local, creada en 1897. Terrero, precursor de la enseñanza religiosa en las escuelas oficiales de la provincia y fundador del Consejo Superior de Educación Católica, le había echado el ojo a la casona ubicada justo en uno de los laterales del predio destinado a la Catedral, cuya construcción estaba aún pendiente.
Apenas se concretó la compra
hubo que hacer muchos arreglos por los años de desatención que tenía el
edificio y comenzó a ser usado para alojamientos de los curas que llegaban a la
ciudad. Lo cierto es que la curia nunca cumplimentó el pago de las cuotas del
crédito y, en 1950, la propiedad volvió nuevamente a manos del Estado Nacional.
Sin embargo, como la administración Federal nunca definió un nuevo destino para
el lugar, la Iglesia consiguió conservar el usufructo del mismo. Esta parte de
la historia suele soslayarse en los relatos oficiales.
MISTERIOS EN EL JARDIN
Desde hace décadas el
Palacio D’Amico forma parte de una leyenda aún vigente y que, si bien tiene su
origen en la tradición oral, ganó cuerpo en el libro La historia oculta de La
Plata, de Gualberto Reynal. Allí se cuenta que muchos de los edificios del
llamado Eje Fundamental estarían unidos bajo tierra por túneles que habrían
sido construidos entre 1916 y 1919 y que unen el predio de la Plaza Islas Malvinas,
por entonces sede del Regimiento de Infantería 7 y el Ministerio de Seguridad,
en las proximidades del Bosque. Según la hipótesis que Reynal logró inocular en
un número nada despreciable de seguidores, desde el edificio del Arzobispado
uno de estos pasadizos permitía acceder a la Catedral y llegar, incluso, hasta
el edificio del viejo Normal 1. En esa línea, el autor explicó que, al
realizarse en 1998 la obra de terminación de las torres de la Catedral que
implicó el refuerzo de los cimientos, parte de esos túneles fueron bloqueados.
Como sea, en el verano de 2017, el mito de los túneles y el Palacio D’Amico se reavivó. Un grupo de operarios que trabajaba en el recambio de caños de los desagües pluviales, en uno de los patios de la casona, descubrió un espacio abovedado construido con paredes de ladrillo que a su vez estaba cubierto por escombros. Finalmente la intervención de un equipo de arqueólogos determinó que se trataba de un viejo pozo de agua que había sido tapado.
En los jardines hay otra
curiosidad. Se trata del Santuario de Schoenstatt, construido sobre la esquina
de la calle 15 por iniciativa del arzobispo Antonio José Plaza e inaugurado el
15 de agosto de 1965. Schoenstatt es una congregación creada por el padre José
Kentenich, un presbítero muy peculiar al que el Vaticano separó de sus filas en
1951 por considerar “inconvenientes” algunos aspectos del método pedagógico
usado por él, basado en la libertad y la confianza. Durante catorce años
Kentenich vivió exiliado en Milwaukee, Estados Unidos. Según contó el propio
Plaza, luego de interiorizarse por la situación de Kentenich, tuvo un sueño con
un santuario en el jardín repleto de hermanas. Así se decidió a impulsar la
construcción de la capilla. En 1965, poco después de la inauguración del lugar,
la Iglesia levantó la sanción que pesaba sobre Kentenich y el Papa Pablo VI
reivindicó su figura.
OFRENDA
La llegada a La Plata del obispo porteño Héctor Rubén Aguer, en 1998, significó toda una novedad. Conocido por su perfil culto y de aceitados contactos con el poder político y eclesiástico, Aguer llegó primero como coadjutor para, dos años después, ser nombrado arzobispo. De sus primeros días en el Palacio Arzobispal quedó una anécdota: En una recepción realizada en la nunciatura apostólica, Aguer se encontró con el presidente Carlos Menem y le pidió el traspaso definitivo del inmueble en favor de la curia.
Menem saludaba uno por uno a todos los obispos con deferencia impostada y, como siempre, para todos tenía una palabra, un comentario, una chanza; hacía gala de una sociabilidad y carisma que le había servido para encumbrarse en la política. Cuando lo tuvo enfrente, Aguer lo estrechó en un abrazo fraternal y acercando la boca a su oído le dijo:
Hacia fines de la década de
1990 el ministro de Economía Domingo Cavallo efectivizó la donación del
edificio.
Menem buscó inclinar su cuerpo hacia atrás, pero sintió que el prelado lo mantenía aferrado y no lo soltaría hasta tener una respuesta.
—¡Eh! ¡Me manguean en todo
momento ustedes!… —bromeó el mandatario, buscando con la mirada la complicidad
de quienes rodeaban la escena—. Quedate tranquilo que lo hacemos —cerró.
Menem no defraudó a Aguer: En menos de una semana el ministro de Economía, Domingo Cavallo, firmó un decreto mediante el que se ordenó la donación a la Iglesia del Palacio D’Amico.
Sin embargo, las cosas no fueron tan simples. La existencia de una abultada deuda impositiva impidió completar los trámites para escriturar la propiedad. Así, el asunto pendiente de resolución recayó sobre el actual responsable del Arzobispado, Víctor Manuel Fernández, quien ha preferido no expedirse al respecto. En realidad, las dificultades para cumplir con los compromisos de impuestos y tasas es una constante de la curia local que, cada tanto, solicita -y consigue- por vía legislativa la aprobación de normas que la libere de las cargas.
El problema reside en un
verdadero aquelarre patrimonial que presenta la diócesis platense y que es un
problema de vieja data que no se limita a la situación del edificio sede del
Arzobispado. Según los archivos del Registro de la Propiedad, figuran a nombre
de la curia más 300 inmuebles, lo que transforma a la institución en el mayor
propietario inmobiliario de la ciudad. No obstante, en la base de datos de la
Agencia de Recaudación de Buenos Aires (ARBA) el CUIT de la curia arroja una
nómina de casi 450 partidas distribuidas en La Plata, Berisso, Ensenada así
como en decenas de municipios bonaerenses y también de otras provincias.
Si bien por su tamaño y
ubicación geográfica esos bienes poseen un altísimo valor de mercado, una parte
de esas propiedades presenta inconsistencias en su inscripción por falta de
escrituración o extravío de la documentación. La mayor normalización dominial
se hizo gracias a los buenos oficios del exgobernador Daniel Scioli, quien con
gran predisposición facilitó los trámites a la curia. La explicación brindada
oportunamente indica que ante la existencia de muchas donaciones concretadas en
el siglo pasado, cuyos trámites de traspaso se perdieron o no se completaron
por diversos motivos, las titularidades -al igual que ocurre con el Palacio
D'Amico- aún no fueron debidamente asentadas.
Las dificultades apuntadas, provocadas mayormente por la falta de recursos para ser volcados a la manutención del edificio -muchas veces las partidas para ese destino son obtenidas de donaciones de particulares o de fondos públicos-, han hecho que en los últimos tiempos sea visible la falta de cuidado en algunos detalles exteriores de la construcción patrimonial.
En la actualidad el edificio
donde funciona el Arzobispado de La Plata no posee un programa de visitas
abiertas al público y sólo, ocasionalmente, se pueden recorrer algunos de sus
salones. Por ejemplo, una vez al año en la actividad llamada la Noche de los
Museos. Además del funcionamiento de las áreas administrativas, en el lugar
suelen realizarse muchas reuniones, algunas de ellas de alto vuelo político. Y
allí queda de manifiesto la relevancia, incidencia y responsabilidad que la
figura eclesiástica del arzobispo tiene en la vida no sólo de los platenses
sino del conjunto de los habitantes de la provincia.
Begum / 221.com.ar / Pablo Morosi